Agosto del 2022 quedará guardado en mi memoria como uno de los veranos más calurosos que recuerdo, pero también por un breve viaje que me llevó desde el corazón de Catalunya hasta el Pic Negre (frontera de España con Andorra) montado sobre una moto de enduro, cruzando algunos de los parajes naturales más bonitos de nuestro territorio. Esta es la típica historia que contaré a los nietos, estoy seguro.
Misión «Pic Negre»
El plan para este viaje es simple: realizar una ruta de tres días en moto, con destino al Pic Negre, una de las zonas más icónicas para los motoristas amantes del trail. Para la hazaña contamos con dos motos de enduro: una Husqvarna FE-450 (acabada de estrenar), y una Yamaha WR450, veterana del 2006 a la que todavía le queda mucha guerra. Aunque son pocos días, este viaje requiere planificación: el estilo y la filosofía «aventurera» de del trayecto nos obliga a prescindir de todo lo superfluo. Las motos de enduro no pueden cargar con mucho peso, no es posible instalar alforjas rígidas y no es aconsejable cargar con una mochila pesada en la espalda. Por lo tanto, es necesario reflexionar sobre el equipaje… ¿Qué dejamos?
Otra de las cosas importantes, y quizás a lo que dediqué mayor tiempo, es trazar una buena ruta que discurra por pistas/caminos legales de tierra. Hay muchos tracks disponibles en sitios como Wikiloc, pero la palabra «trail» (en mi humilde opinión) se ha desvirtuado en los últimos años. Muchas de las propuestas que encontraréis por internet abusan de la carretera. No es justo ni adecuado etiquetar como «aventura» una ruta que apenas se adentra en los bosques. Nosotros queremos zonas complicadas, queremos barro, queremos pasar por donde nadie pasa. Durante las semanas previas he estado estudiando las posibles pistas con Google Earth. Al final he creado un track propio, cuya filosofía es la de evitar el asfalto lo máximo posible y pasar por zonas «poco habituales». Algunas, incluso, de dudosa viabilidad, por estar peligrosamente cerca de parques naturales, o por ser caminos en evidente desuso. Os dejo el track en Wikiloc.
Primer día: de Manresa a Falgars
Salimos de Manresa un viernes por la tarde justo después de comer, con la barriga llena y el corazón alegre (me ha quedado bonita, la frase). Estamos en plena ola de calor y los bosques de la zona son un secarral. Los caminos puro polvo y en el ambiente se puede oler la resina recalentada de los pinos, muy característicos de la zona centro de Catalunya. Sobre nosotros sobrevuela la amenaza de un cierre total de la circulación motorizada en el medio natural por el riesgo de incendios. En el año 202 nos vimos obligados a anular un viaje por esta razón.
El objetivo del primer día es dormir en la zona del Berguedà, concretamente en el hospedaje del Santuario de Falgars. Este parador se encuentra en la Serra del Catallaràs, una zona de gran valor natural y paisajistica. El restaurante es muy bueno (disfrutamos mucho la cena) y el lugar tranquilo y agradable. El trato es familiar y son buena gente. Nuestra presencia genera sentimientos encontrados: las motos de enduro tienen mala fama, y lo entiendo, pero la tensión inicial rápidamente da paso a una cordialidad extrema.
Este primer día no es complicado pero ha presentado algunos retos. Durante el trayecto nos ha sorprendido una fuerte tormenta: rayos, truenos y granizo grueso. Aunque iniciamos el viaje en una llanura seca, ahora estamos en alta montaña, y estas «tormentas de tarde de verano» son normales aquí. El agua acaba por calar en la ropa de moto y las alforjas, lo que obligó a revisar todo el equipaje al llegar al hotel. Para mi, es uno de los mejores días de moto de mi vida. En apenas unas horas hemos pasado del calor extremo de la llanura al frío y la lluvia de la montaña. Todas estas circunstancias le añaden épica al viaje. Me reafirmo: «Es uno de los mejores días de moto de mi vida».
Más allá de las anécdotas climáticas, el primer tramo de la ruta discurre en su mayoría por pistas fáciles. Sin embargo existen algunos tramos «picantes», como la subida/bajada en la Serra del Picancell, un paraje bastante abandonado y perdido que nos permite adentrarnos en las montañas Berguedà sorteando las carreteras y el pantano de La Baells.
Segundo día: Subida al Pic Negre
El segundo día de ruta empieza temprano, sin prisa pero sin pausa. Hay que recoger los bártulos, cargar las motos y desayunar. Nos vamos con la idea de volver. Falgars y la zona del Catallaràs nos ha gustado, y queremos pasar un par de días en la zona, recorriendo las pistas y visitando los miradores, bosques y roquedos. Es una zona muy frecuentada por senderistas y ciclistas, las pistas son de circulación legal, y realmente merece una exploración a fondo.
La segunda jornada es larga y dura. No tiene una dificultad extrema, pero la acumulación de tensión y kilómetros acaba generando una fatiga importante. A lo largo del trayecto hay una gran variedad de paisajes y horizontes. Cruzamos dos sierras imponentes: desde el Berguedà nos adentramos en la Cerdanya, superando la Sierra del Cadí por el Coll de Pal. Todo por pistas, por supuesto.
Desde Falgars descendemos a la Pobla de Lillet. Este tramo de pistas es increíble: el bosque está precioso y las lluvias del día anterior han dejado un terreno perfecto. Tras una parada en la gasolinera de La Pobla, nos disponemos a cruzar el Cadí por un paso de alta montaña: el Coll de Pal. Para ello ascendemos por unas pistas que, a fecha de esta publicación, creo que no son de circulación abierta. Las pistas son amplias, circulan vehículos, pero parece que existen algunas restricciones. En este punto vamos a dudar bastante. Pero los vecinos de la zona nos animan a continuar: creen que es injusto que estén cerradas debido a disputas sobre la propiedad. No son zonas protegidas, sino cerradas por sus propietarios. Hacemos caso omiso de algunas señales y decidimos seguir adelante. En ningún momento perdemos de vista que estamos a pocos metros de un parque natural, y un error aquí se paga muy caro.
Llegados a la cima del Coll de Pal, iniciamos el descenso. Para ello hacemos uso de las pistas de las estaciones de esquí de Masella y Molina. El paisaje sin nieve revela numerosas pistas por las que es posible transitar, y ofrecen una bajada espectacular hasta Alp. La zona es pedregosa, con fuertes pendientes, pero factible con calma y maña. De hecho, estamos circulando por las mismas pistas de esquí, con los telesillas a un lado. Durante el verano las pistas no cierran: es un lugar para ciclistas especializados en enduro y descenso. Hay que ir con ojo, porque sus «rutas» cruzan por algunas de estas pistas, y puede llegar a ser peligroso.
Salimos de las pistas de esquí con los neumáticos mordidos. El terreno es realmente abrasivo, con rocas afiladas que pulen los tacos. Os aconsejo ir con calma y evitar los derrapes, de lo contrario quizás lleguéis a Alp sin neumáticos, especialmente si son muy blandos.
En Alp nos tomamos un descanso. A partir de este punto hay muchas opciones, pero nosotros decidimos adentrarnos en la Cerdanya por una zona de pueblos deshabitados, que darán paso a pistas bastante olvidadas. Vamos de Alp a Bellver de Cerdanya por carretera. No hay muchas alternativas para realizar este trayecto. Queríamos tomar una pista, pero al llegar nos encontramos una cadena y una señal que prohíbe la circulación. Por lo tanto, nos toca «comer» asfalto. En Bellver nos desviamos por una carretera muy estrecha que sube haciendo «zig-zag» por la ladera empinada, hasta que te escupe en una callejuela de la población de Talltendre. Aquí empieza un tramo interesante, con una subida pedregosa que intimida. Por un momento parece que el camino desaparece.
En este punto nos encontramos a unos ciclistas, y les preguntamos: «¿Esta subida va a algún sitio?». Ellos tampoco lo saben. Nos armamos de valor y decidimos seguir, sin saber a donde llevará. Tras un primer instante de puro pedregal, salimos a una pista abierta. Solo queda seguir adelante, para bajar a Martinet de Cerdanya, donde pararemos a comer.
2022 también pasará a la historia por la crisis de los camareros. No hay personas dispuestas a trabajar en la hostelería. Esto ocurre en Andalucía, en la costa catalana, en Madrid y Galícia, pero también en los pequeños pueblos y zonas turísticas de montaña. Los restauradores salen en las noticias: «los chavales no quieren trabajar», dicen. En Martinet nos encontramos con un reflejo de este problema: el restaurante está casi vacío, pero no pueden darnos mesa: «¡No tenemos manos!». Les suplicamos un bocadillo, cualquier cosa para llenar el estómago. Logramos comer, con más pena que gloria. Ahora si, ahora viene lo bueno: la subida al Pic Negre.
Saber que en apenas unas horas vas a estar en uno de los lugares más míticos y icónicos del motociclismo de montaña, despierta un cierto nerviosismo en mi: «¿Será fácil subir?», me pregunto. Mientras tanto, observo el horizonte con detalle el horizonte. En la banda francesa de la frontera se está formando una tormenta tan negra como el carbón. Me pongo todavía más nervioso: «¿Nos van a joder el día?». Le transmito a mi compañero de viaje la preocupación (vamos con intercomunicador). «Lo que tenga que ser, será», me contesta.
Nos desplazamos por carretera hasta Adraix, apenas unos minutos desde Martinet. Ahí tomamos una carretera sinuosa que sube hasta una pequeña población llamada «Aristot». Al llegar debemos tomar una pista forestal, pero algo nos frena: hay un cartel enorme que restringe la circulación. Dudamos durante un rato y discutimos sobre cómo proceder, para acabar dando media vuelta. Sin embargo, apenas iniciamos la retirada, encontramos una pareja joven. Son vecinos de la población: «Nosotros pasamos por ahí constantemente, no hay problema, es una señal absurda», nos dice el chico mientras señala adentro de su garaje. Me fijo mejor, y veo una motocicleta de enduro en la penumbra. Con más confianza retomamos el camino y nos adentramos por la susodicha pista «prohibida». Por el camino encontramos grupos de vehículos 4×4, lo que nos confirma que la circulación es más habitual de lo que reza la señal.
Tras algunos kilómetros al fin llegamos a la cima del Pic Negre, por una ruta y una pista que no suele ser habitual. La mayoría de gente accede por carretera, desde Andorra, pero nosotros subimos desde el sur, por una pista impresionante y sin pisar asfalto desde hace horas.
Sopla un viento de componente norte, muy frío. Frente a nosotros hay una negrura. No es una visita agradable, que digamos, pero las vistas son inmejorables y se respira una cierta épica. Sin quitarle ojo a la tormenta nos tomamos algunas fotos e iniciamos el descenso.
A pocos metros de la cima nos para una motocicleta, una BMW GS 1200 cargada hasta arriba de maletas. El piloto está entrado en carnes, y su acompañante también. Nos pide instrucciones para subir. La última rampa hasta el pico no es difícil, pero con una moto cargada… la cosa se puede complicar. «Lo más importante es tener decisión, sube con primera o segunda, a medio gas y sin perder tracción», le decimos. Nos quedamos a contemplar la hazaña, mientras le gritamos y animamos a no parar ni rendirse. Una vez arriba, nos levanta el pulgar. Nosotros nos marchamos.
Durante la bajada decidimos jugar un poco: subimos a una loma, bajamos dando saltos, hacemos una pequeña carrera por una pista sin uso. Finalmente nos paramos en una zona resguardada de los vientos, un llano que sirve como cruce de caminos. Ahí conocemos a un grupo de chicos en maxi-trail. Uno de ellos ha quemado el embrague. Me resulta difícil entender el cómo, pero ha ocurrido. Está muy disgustado. El desafortunado inicia el descenso mientras el resto, muy desorganizados, decide qué hacer. Parece que uno de ellos ha perdido los guantes en algún tramo entre nuestra ubicación y la cima. Necesita volver a recorrer el camino en moto, esta vez en solitario, y no le hace mucha gracia.
Se le ocurre que puede ir a pié. Hay casi dos kilómetros de pista, con botas de motocicleta. Tardará casi una hora en ir y volver. Mi compañero de ruta se apiada, y decide ir en busca de los guantes en su WR450. A los pocos minutos regresa con ellos. El chico muy agradecido emprende la bajada mientras nosotros nos ponemos los cascos.
La parada también ha servido para contemplar la «procesión» de motos que suben. Parad, tomad el aire, y contemplad el paisaje. Hay de todo: desde motos enduro, hasta maxi-trails. Incluso hay quien se atreve a subir con motos touring o scooters. La subida no es difícil, aunque requiere algo de tacto. En cualquier caso: todos son unos valientes. Durante la hora que hemos estado aquí hemos visto varios grupos de moteros. Todos muy animados por la experiencia. El Pic Negre no es solo un lugar bonito que visitar, sino también un punto de encuentro donde compartir algunas experiencias y «comentar la jugada».
Iniciamos el descenso, también por una ruta poco habitual, totalmente offroad. Nos dirigimos hacia el lado español de la frontera para encontrar la población de Arcavell y salir por La Farga de Moles. Ya en la carretera solo queda recorrer la N-145 hasta La Seu d’Urgell, donde vamos a dormir.
Esa noche conocemos a un chico que viaja en bicicleta. A primera vista me parece otro chiflado, de esos que lo deja todo para trotar por el mundo persiguiendo una visión idealizada de la vida. Pasamos algunas horas con él, charlando tranquilamente en un parque junto al hotel, compartiendo experiencias. Es buen chico y está viviendo una aventura, como nosotros. Nos mantendremos en contacto y mi compañero de ruta le ofrecerá cobijo en su casa. Pero eso es otra historia, y no me toca a mi narrarla.
Tercer día: el regreso fallido
Hemos planeado nuestro regreso por la zona de Organyà, Coll de Nargó y Camarassa. Se trata de una jornada de pistas fáciles y rápidas, que se adentra en la zona del Pla de Lleida para volver a toda velocidad hasta casa. Conocemos la zona, y sabemos que en apenas dos horas (a todo gas), estamos en casa. Sin embargo, nos levantamos con restricciones debido a la ola de calor. Es agosto del 2022, y aunque la temperatura en la zona del Pirineo pueda ser agradable, apenas unos kilómetros más abajo se desata el infierno.
Optamos por volver sobre nuestros pasos, repitiendo algunas de las pistas y atajando por carretera en otros tramos. De hecho, esta es la única ruta posible, ya que no hay restricciones en la zona norte, mucho más húmeda y fría. Disfrutamos, mucho. Las pistas de esquí son más divertidas de subida, aunque advertimos un cartel que, teóricamente, nos prohíbe acceder. Curiosamente ese cartel únicamente es visible de vuelta. La alegría con la que subimos nos deja algunas situaciones cómicas, caídas y resbalones, volteretas por la hierba bajo la atenta mirada de algunos senderistas, que nos toman por locos. La piedra de la zona hace mella en los neumáticos, es como si un roedor hubiera pasado la noche mordisqueando los tacos.
Dejamos a tras las zonas altas y seguimos descendiendo, de norte a sur. Al llegar a la zona del Berguedà la temperatura ya es insoportable y el canto de las cigarras es ensordecedor. Hace mucho calor. Al salir de las montañas y regresar al llano, todavía se pone peor. Abandonamos los bosques de abeto para adentrarnos en los pinares secos y las pistas polvorientas. Es medio día en uno de los lugares más calurosos de Catalunya, en el día más caluroso de los últimos 50 años. A pocos kilómetros de casa necesito parar. Son las 6 de la tarde, no hemos comido nada, llevamos 10 horas sobre la moto, estoy totalmente deshidratado y me está dando un golpe de calor… ¿Me voy a desmayar? Se me nubla la vista.
Paramos en una gasolinera, y me queda humor para bromear con el dependiente: «¿Si te pago todos los helados, me puedo meter en el congelador?». Se ríe. Estoy mareado, quiero vomitar. Por más agua que bebo no logro recomponerme. Me tiro al suelo en una zona de sombra y trato de recuperarme… pero es misión imposible. Decidimos atajar y volver por carretera, sacrificando neumáticos. Pero no podemos hacer ningún esfuerzo físico a más de 40 grados. Mi cuerpo tiene todas las alarmas encendidas.
Logramos llegar a casa y me meto rápidamente en la ducha tratando de recuperar la temperatura. No funciona. Me tiro a la cama y empiezo a notar la fiebre. Voy a pasar así las próximas 24 horas.
Han sido casi 500km de ruta en tres días y lo hemos pasado muy bien.